El voluntariado “profesional” en museos y la precarización del trabajo cultural

La reciente convocatoria del Museo MACBA para un “voluntariado” está generando un gran malestar en la comunidad artística.

Marina Cisneros

Se trata de un caso que pone en evidencia una práctica cada vez más frecuente: la búsqueda de perfiles profesionales o semiprofesionales, bajo el paraguas de un voluntariado o pasantía sin retribución ni cuidados adecuados. Pese a la furia que me invade por dentro en este momento, intentaré analizar la situación, sus implicancias y algunas posibles vías de solución. Porque si algo he aprendido, es que la queja por la queja no va, cada reclamo debe ser acompañado por una propuesta coherente.

¿Por qué este llamado genera indignación?

En la convocatoria de voluntariado se solicitan tareas que incluyen:

  • Investigación sobre artistas, escritura de textos curatoriales y desarrollo de programas educativos.

  • Diseño gráfico, creación de contenido y community management.

  • Buen manejo de herramientas de redacción, investigación o diseño gráfico (según el área).

Estos trabajos suelen realizarse por profesionales con formación avanzada en arte, diseño, comunicación o gestión cultural. Sin embargo, a pesar de requerir tales competencias, el museo ofrece únicamente un pago de viáticos y define el puesto como “voluntariado”. Además, solicitan se presenten estudiantes avanzados o recién graduados en carreras afines (Comunicación, Humanidades, Diseño, Artes Visuales, etc.).

La falsa equivalencia entre voluntariado y profesionalización

Uno de los puntos más sensibles en convocatorias como la del MACBA es el uso ambiguo del término “voluntariado”, presentándolo como sinónimo de una experiencia de “formación profesional”. Esta ambigüedad genera confusión y contribuye directamente a la precarización laboral en el sector cultural.

Aunque la convocatoria explícitamente señala que “no se requiere experiencia previa” y enfatiza su objetivo formativo, al analizar las tareas que deben realizar quienes participen, la realidad se muestra muy distinta:

  • Curaduría educativa implica actividades complejas como la investigación de artistas contemporáneos, la redacción especializada de textos curatoriales y el desarrollo de programas educativos innovadores. Estas funciones son las que llevamos adelante profesionales formados en historia del arte, curaduría o gestión cultural, quienes debemos recibir una compensación adecuada por nuestro trabajo en este y otros contextos institucionales, como cualquier trabajador de cualquier sector laboral.

  • Comunicación y diseño incluye el manejo avanzado de herramientas digitales, creación de contenidos gráficos de calidad profesional, gestión estratégica de redes sociales (community management) y colaboración activa en la difusión de exposiciones. Tareas como estas son claramente trabajos profesionalizados que, fuera del ámbito del voluntariado, están sujetas a una retribución económica formal.

Lo que se observa entonces es una evidente falsa equivalencia: se presenta como oportunidad educativa algo que, en la práctica, es trabajo calificado no remunerado. Se genera la expectativa de obtener formación, pero por experiencia, sé que en muchos casos no se garantiza la supervisión académica ni la capacitación específica que justificarían una experiencia verdaderamente formativa.

Esta confusión tiene consecuencias que perjudican en gran manera al ecosistema artístico cultural:

Desdibuja los límites entre aprendizaje y trabajo remunerado
El voluntariado debería implicar actividades que beneficien principalmente al voluntario en términos de crecimiento personal, acompañamiento educativo o actividades comunitarias. En cambio, aquí se piden tareas especializadas con estándares profesionales claros, dejando de lado la función educativa real y reforzando una lógica de precarización.


Crea expectativas engañosas sobre profesionalización
Muchas jóvenes profesionales o estudiantes participan con la ilusión de obtener experiencia y credenciales académicas sólidas. Sin embargo, al finalizar estas experiencias, no siempre cuentan con el reconocimiento formal o con los aprendizajes prometidos, sino simplemente con horas trabajadas que no tienen una equivalencia justa en su desarrollo profesional.


Impacta negativamente en el mercado laboral cultural
Al posicionar estas tareas profesionales como “voluntarias”, se establece un precedente problemático para otras instituciones culturales, que podrían adoptar esta misma lógica, bajando el piso salarial y desvalorizando puestos similares. Y.. ¡Ufff! Olvidate de aportes, ART, etc, etc, etc.

¿Cómo impacta esto en el ecosistema artístico y cultural argentino en el contexto actual?

Esta convocatoria para un voluntariado profesionalizado debe entenderse dentro del contexto económico y laboral actual de Argentina, donde la crisis económica, la inflación acelerada y la dificultad estructural para acceder a empleos acordes a la formación académica hacen especialmente grave esta situación.

Se desvaloriza el trabajo especializado

En un contexto en el que la inflación anual supera ampliamente el 100% (117.8% en 2024), la moneda local pierde poder adquisitivo de forma cotidiana y los honorarios profesionales se vuelven cada vez más insuficientes, que se normalicen tareas especializadas como voluntarias profundiza aún más la desvalorización de las profesiones culturales. Gestores, artistas visuales, diseñadores, comunicadores y curadores invertimos años en formación especializada, pagando carreras, talleres y posgrados, pero nos enfrentamos a un mercado laboral que no ofrece oportunidades acordes a ese esfuerzo. Cuando instituciones prestigiosas, como los grandes museos nacionales, establecen precedentes de trabajo ad honorem o pagos mínimos (solo viáticos), se contribuye directamente a la percepción generalizada de que la cultura y el arte no constituyen un trabajo real, digno y remunerable. ¿Hasta cuándo lo vamos a soportar? ¿Porque estos espacios no sienten vergüenza de si mismos? Es más, dejaré de nombrarlos espacios para que no suene a un concepto abstracto, ya que detrás de cada tejido cultural, existen personas de carne y hueso, colegas, agentes culturales, tomando estas decisiones.

Esta desvalorización es particularmente dolorosa en una economía como la actual, donde la profesión artística ya sufre históricamente una invisibilización y una falta de reconocimiento formal y económico. Cuando la cultura es vista como una actividad secundaria o “vocacional” sin valor económico real, se profundiza aún más la precarización de quienes nos dedicamos al arte y la gestión cultural. (¡Ufff! A esta altura, hasta me dan ganas de llorar)

Barreras de acceso y desigualdad

La convocatoria bajo la figura de “voluntariado”, aunque mencione una compensación mínima, genera barreras estructurales inmediatas. En un país en crisis, donde el acceso a empleos dignos es limitado y la mayoría de las y los trabajadores del arte y la cultura no pueden vivir exclusivamente de su profesión, aceptar un voluntariado se convierte en un lujo reservado solo para quienes tienen apoyo económico externo: familias con recursos, empleos paralelos estables o fuentes adicionales de ingresos.

De este modo, se excluye del acceso a oportunidades profesionales a quienes vienen de contextos socioeconómicos menos favorecidos, perpetuando un círculo vicioso: personas talentosas y con gran formación no logran ingresar en el circuito institucional por no poder permitirse trabajar sin un salario digno. Esto impide la diversidad y reproduce continuamente una escena cultural homogénea, dominada por perfiles provenientes de sectores sociales que sí pueden sostener estas condiciones de precarización laboral.

La consecuencia es grave y clara: aquellos que han estudiado con esfuerzo, pero que no tienen el respaldo económico, quedan marginados, sin acceso real a experiencias clave en instituciones culturales reconocidas, reforzando una situación de desigualdad permanente.

Falsa expectativa de formación

Muchas convocatorias institucionales disfrazan puestos de trabajo reales como oportunidades formativas, prometiendo aprendizaje profesional y adquisición de experiencia. Sin embargo, en la práctica, y especialmente en contextos de crisis económica, estas experiencias suelen traducirse en largas jornadas laborales, tareas con responsabilidades altas y expectativas exigentes sin supervisión pedagógica adecuada, tutorías ni seguimiento personalizado.

En este contexto argentino actual, las personas que aceptan estas condiciones no tienen tiempo ni margen para aprender realmente, ya que están trabajando para sobrevivir en paralelo a otras actividades laborales. Lo que inicialmente parecía una oportunidad de profesionalización, rápidamente se convierte en una situación frustrante, una carga económica y emocional, y un simple reemplazo de puestos formales que deberían estar remunerados con salarios dignos.

Así, estas “prácticas” mal concebidas no fortalecen la formación, sino que contribuyen a precarizar aún más a los jóvenes profesionales, dejándolos desprotegidos y con experiencias laborales sin verdadero respaldo institucional o académico.

Precarización sistemática

Lo más grave quizás sea el impacto a largo plazo que estas prácticas generan sobre el mercado laboral cultural argentino. La repetición constante de estas convocatorias genera una cultura institucional en la que se acepta y legitima la precariedad como algo natural e inevitable.

En un mercado laboral ya frágil, en un país que atraviesa una crisis económica estructural, esta aceptación implica una reducción progresiva del piso salarial. Cada nueva convocatoria de voluntariado profesionalizado contribuye a normalizar aún más la idea de que los trabajos culturales y artísticos no requieren una retribución adecuada. De esta manera, las condiciones laborales del sector cultural se deterioran sistemáticamente, lo que obliga a muchos profesionales altamente calificados a abandonar el campo artístico para buscar empleos mejor remunerados en otros sectores o en el extranjero, generando una fuga de talentos que empobrece el ecosistema cultural local.

Esta situación debe revertirse mediante la concientización, la denuncia pública, y fundamentalmente, la formulación de alternativas concretas que permitan dignificar y profesionalizar realmente al sector artístico, garantizando que quienes nos formamos en él podamos vivir de manera digna, justa y acorde a nuestro esfuerzo, trabajo y formación.

Propuestas de mejora y alternativas

Dado que el problema es estructural, la solución no pasa únicamente por la denuncia, sino también por la construcción de opciones realistas y equitativas que beneficien a instituciones y colaboradores. A esta altura, he comprendido que cada reclamo debe estar acompañado de propuestas, sino, nos quedamos en la queja constante. Quizás hubiera sido mejor que un Museo de tal prestigio y una gran bolsa de recursos pensara en otras opciones:

  • Por ejemplo, desarrollar convenios con universidades; para trabajar de forma coordinada con plataformas de estudio para que la experiencia cuente con créditos académicos o un respaldo institucional.

  • Crear un plan de formación, para definir objetivos claros de aprendizaje, con un tutor o mentor que acompañe el proceso.

  • Definir una duración limitada. Establecer un periodo (por ejemplo, 3 o 6 meses) para evitar la prolongación indefinida de la situación de “voluntariado”.

  • Reconocimiento económico básico: Incluso si el presupuesto del museo es limitado, un pago simbólico contribuye a dignificar el trabajo y a crear un precedente de remuneración. ¿Porqué sería lógico que unos cobren y otros no?

  • Crear alianzas con fundaciones o empresas, para gestionar financiamiento externo (fondos públicos, patrocinadores, mecenas) para costear un plan de becas que cubra gastos reales de los participantes.

  • Certificación y aval: Entregar un certificado oficial que detalle las competencias adquiridas.

  • Cartas de recomendación: Firmadas por referentes del museo, validando la experiencia del pasante como un verdadero avance curricular.

Importancia de la concientización y la movilización

Para transformar esta realidad, es fundamental el compromiso activo de organizaciones y colectivos de artistas que eleven su voz y propongan modelos de trabajo digno; del público general y los medios de comunicación, que visibilicen la precarización y expliquen cómo esta afecta negativamente a la calidad y diversidad cultural; y también de las universidades e instituciones formativas, que deben involucrarse de forma activa para garantizar una regulación efectiva de pasantías y prácticas, evitando así que estas se conviertan en formas encubiertas de explotación laboral sin acompañamiento académico real.

La convocatoria de un museo tan relevante como el MACBA enciende nuevamente la alarma sobre una práctica arraigada en el sector cultural: exigir competencias de alto nivel bajo la etiqueta de “voluntariado” o “pasantía” sin un adecuado reconocimiento económico. Esta tendencia no solo desvaloriza la labor artística y profesional, sino que también excluye a quienes no disponen de recursos para sumarse a proyectos no remunerados.

Para cambiar el escenario, hace falta visibilizar el problema, movilizar a la comunidad y dialogar con las instituciones, proponiendo alternativas constructivas. Los modelos de pasantías formativas con remuneración mínima, becas o estipendios, y la supervisión académica, ofrecen una vía para conciliar la necesidad de experiencia profesional de los jóvenes y el compromiso ético de las instituciones. Solo así podremos construir un sector cultural sólido, diverso y verdaderamente profesionalizado, donde el arte sea valorado no solo como un bien simbólico, sino también como un trabajo digno.

Mi intención no es insultar ni cancelar a una institución (aunque, ¡qué tentación!), sino invitar a que, junto a esta y otras instituciones culturales, encontremos formas alternativas de trabajar, que sean productivas, justas y efectivas para todas las partes involucradas.


Esta falsa equivalencia entre voluntariado y profesionalización no solo precariza el trabajo cultural, sino que compromete directamente la formación y la carrera profesional de quienes aspiran a desarrollarse en el ámbito cultural. Es fundamental distinguir claramente las experiencias formativas genuinas de aquellas que, en realidad, constituyen un trabajo profesional que merece reconocimiento económico justo.