Repensar el Museo: imaginarios posibles desde la experiencia

Una brevísima reflexión sobre los Museos que soñamos

Marina Cisneros

person standing and watching portraits
person standing and watching portraits

El 26 de mayo participé del taller Repensar los Museos, coordinado por Sol Cabezas. Junto a Haydeé, Camila, Gonzalo y Paola, nos propusimos un ejercicio tan simple como profundo: pensar el museo que deseamos.

Lo hicimos desde nuestras propias trayectorias: algunas vinculadas al trabajo institucional en museos, otras desde espacios de exhibición alternativos, la gestión cultural o la práctica artística. Esa diversidad hizo que lo que emergiera no fuera un modelo único, sino un mosaico de necesidades reales y deseos compartidos.

A continuación, comparto una síntesis de los puntos que surgieron. No como utopía, sino como guía posible, siempre que quienes estén a cargo tengan las herramientas, la responsabilidad y el compromiso con el desarrollo cultural que estos tiempos exigen.

1. Un museo en constante transformación

El museo no puede ser una institución estática. Tiene que estar en diálogo con su presente, con la comunidad que lo rodea, con los cambios sociales, políticos y culturales que atraviesan su tiempo. Esto implica reflexionar, revisar sus prácticas, adaptar su programación y estar dispuesto a desaprender.
La transformación no es sinónimo de pérdida de identidad, sino de su renovación continua. Un museo que cambia es un museo que está vivo.

2. Al servicio del público

El museo debe ser entendido como un servicio cultural. Un espacio que existe para y por la comunidad, que se despoja de la lógica de la “autoridad” y se pone al servicio del aprendizaje, la emoción, el encuentro.
Esto implica programar con sensibilidad, atender a los distintos públicos, y garantizar que la experiencia de visita no sea excluyente ni intimidante. Pensar en la hospitalidad como política institucional.

3. En vínculo con artistas y comunidad

No hay museo sin territorio, sin contexto, sin comunidad. Soñamos con espacios que trabajen en red con artistas locales, referentes comunitarios, organizaciones barriales, instituciones educativas.
Museos donde la comunidad no sea simplemente convocada a “mirar”, sino invitada a co-crear, proponer, decidir. La participación real implica ceder lugar, y eso también es un gesto de poder institucional.

4. Vivencial y ruidoso

Romper con la solemnidad. Queremos museos habitables con el cuerpo, donde haya espacio para la risa, la charla, la sorpresa, el movimiento. Donde una experiencia artística pueda ser conmovedora, sí, pero también divertida, incómoda, provocadora.
El museo no es un templo, es una experiencia sensible que involucra todos los sentidos. Y no se activa en silencio, sino en relación.

5. Comunicación fluida y eficiente

La relación con los públicos no puede depender del azar ni del lenguaje técnico. Necesitamos museos que comuniquen con claridad, empatía y estrategia, atendiendo a los distintos perfiles de sus visitantes.
No alcanza con publicar en Instagram si el público destinatario no está ahí. Una actividad pensada para personas mayores, por ejemplo, no puede promocionarse exclusivamente en redes sociales. Lo mismo con infancias, escuelas, comunidades rurales o personas con baja conectividad.

Pensar la comunicación desde la accesibilidad implica también diversificar los canales, plataformas y modos: radios locales, grupos de WhatsApp, promotores culturales en territorio.
Una institución que se toma en serio la comunicación es una que respeta a su público. Porque no alcanza con tener una buena programación: también hay que saber cómo y a quién se la estamos contando.

6. Museos habitables, no de paso

Soñamos con museos que inviten a quedarse, no solo a recorrer apurados. Espacios donde se pueda descansar, tomar un mate, volver una y otra vez.
Un museo que no abruma ni expulsa, sino que acompaña los tiempos del visitante, que ofrece instancias para detenerse, compartir, reflexionar, apropiarse. La permanencia también es parte de la experiencia estética.

7. Observación, charla y escucha activa

El museo no enseña desde un pedestal. Aprende en conversación con sus públicos. La mediación no es solo información, es encuentro, vínculo, resonancia.
Proponemos espacios donde mirar no sea pasivo: donde se habiliten preguntas, se escuchen respuestas y se construyan sentidos de manera colectiva.
No se trata solo de ver, sino de vincularnos con lo que vemos.

8. Flexible y sin prejuicios

Un museo verdaderamente contemporáneo rompe con sus propias categorías. No impone una única forma de conocimiento, no privilegia ciertos lenguajes por sobre otros.
Debe estar abierto a distintas expresiones, formatos, temporalidades. Ser un lugar donde la diferencia no solo se tolere, sino que se celebre como riqueza.
La flexibilidad institucional es también una forma de justicia cultural.

9. Accesibilidad sensible, intelectual y afectiva

La accesibilidad no es solo una rampa. Es una política integral que contempla lo físico, lo cognitivo y lo emocional.
Implica diseñar contenidos comprensibles, señalética amigable, materiales de apoyo diversos, y espacios que no hagan sentir a nadie fuera de lugar.
Un museo accesible no es un lujo: es una necesidad básica para que el derecho a la cultura sea realmente para todas las personas.

10. Comunicación interinstitucional

Los museos no deben pensarse como islas. La articulación entre instituciones museísticas permite formar circuitos culturales vivos, potentes y sostenibles.
Una red que intercambia saberes, recursos, audiencias y oportunidades fortalece a cada nodo individualmente, pero sobre todo fortalece el ecosistema cultural en su conjunto.
Un museo en red es un museo con futuro.

Nada de esto es imposible si hay algo fundamental: personas al frente que gestionen con responsabilidad, que conozcan el territorio, que sepan trabajar en equipo y que estén verdaderamente comprometidas con el desarrollo cultural.

Repensar el museo no es un ejercicio romántico: es una tarea urgente.
Necesitamos instituciones vivas, abiertas, sensibles. Museos que se permitan cambiar y que se dejen afectar por el mundo que los rodea.
Museos donde valga la pena quedarse.

Pero también necesitamos ser honestas:
Durante el taller fue evidente la enorme predisposición y compromiso de quienes trabajan día a día en los museos, muchas veces con sueldos bajos, precarización o poca visibilidad. Son esas personas quienes sostienen, piensan, se capacitan y se implican profundamente para mejorar cada experiencia.

Ahora bien, ¿de qué sirve todo ese esfuerzo si quienes toman las decisiones, gestionan los presupuestos y coordinan las instituciones no se involucran en estos procesos de reflexión?
¿Quiénes son, en verdad, los que están dispuestos a repensar el museo?
¿Cómo hacemos para que esta voluntad de cambio no quede solo en la base del sistema, sino que llegue a donde se decide?

No alcanza con buenas intenciones individuales. Para que el cambio sea real, se necesitan políticas institucionales claras, responsables al mando con visión cultural y estructuras dispuestas a transformarse.
Porque si no se revisan las jerarquías, los presupuestos, los modos de gobernar, todo lo demás (por más amor que le pongamos) termina siendo apenas un paliativo.

Gracias a Sol Cabezas por coordinar este espacio y a quienes compartieron el ejercicio con generosidad y compromiso: Haydeé, Camila, Gonzalo y Paola. Al resto de las y los compañeros que fueron compartiendo sus experiencias. Algunos de ellos, trabajando desde hace más de tres años en un edificio sin calefacción (en la Patagonia), ¿pueden creerlo?
Seguiremos pensando, soñando y trabajando para que el museo que deseamos deje de ser una hipótesis y se convierta en una política cultural posible.

¡Gracias por leer!

Marina Cisneros
Artista visual y gestora cultural