Vivir del arte: romper el mito y abrir posibilidades
En esta nota reflexiono sobre el gran y dañino mito que dice que "no es posible vivir del arte"
Marina Cisneros


Seguramente a más de una alguna vez nos dijeron: “del arte no se puede vivir”. O como mi dijo mi papá algunas vez: “buscate un trabajo de verdad". A veces suena como una advertencia preocupada; otras veces, como una sentencia definitiva que parece venir de generaciones enteras. Pero hoy quiero que nos detengamos un momento y miremos más de cerca esta idea.
Porque aunque es cierto que vivir del arte no es fácil, también es cierto que no es imposible. Y me parece importante que nos permitamos decirlo en voz alta.
De dónde viene este mito
La imagen del artista pobre, hambriento y bohemio no es tan antigua como pensamos. Durante siglos, muchos artistas vivieron bien de su trabajo. En el Renacimiento, ser pintor, escultor o músico era un oficio reconocido: los artistas formaban parte de gremios, trabajaban por encargos, y eran sostenidos por mecenas que valoraban su obra. Miguel Ángel, Velázquez, Rubens... todos ellos pudieron dedicarse a crear gracias a sistemas de apoyo que hoy llamaríamos “estructurales”.
Rubens, por ejemplo, fue una verdadera empresa artística en sí mismo: ¡llegó a tener un taller con 20 asistentes y produjo tantísimas obras! Su vida es una prueba de que, en su época, el arte no solo era rentable: podía ser una fuente de estabilidad y hasta de prosperidad.
Quizás sorprenda saberlo, porque no es algo que se enseñe muy seguido, pero en el Renacimiento ser artista era formar parte de un sistema profesional organizado y respetado.
Los pintores, escultores y músicos no trabajaban de manera aislada ni improvisada: estaban afiliados a gremios, asociaciones que regulaban su práctica, su aprendizaje y sus derechos laborales. Por ejemplo, en Florencia, los pintores formaban parte del Gremio de Médicos y Boticarios (Arte dei Medici e Speziali), porque los pigmentos de pintura se clasificaban junto con los medicamentos y los preparados químicos. En Amberes (donde trabajó Rubens), existía el Gremio de San Lucas, que agrupaba a pintores, escultores e ilustradores.
Para ejercer oficialmente, era necesario ser aceptado en un gremio, completar un aprendizaje bajo un maestro reconocido, y cumplir estándares de calidad. El arte era un oficio, y ser artista era una identidad laboral legítima, protegida por la estructura gremial. Esta información está documentada en estudios como The Guilds of Florence de Edgcumbe Staley (1906) y en textos actuales como Painting and Experience in Fifteenth-Century Italy de Michael Baxandall a los que se puede acceder de manera gratuita.
Recordarlo hoy nos ayuda a entender que, durante muchos siglos, el arte fue reconocido como un trabajo digno, integrado en sistemas laborales organizados. Reclamar por condiciones laborales justas no es un invento moderno: es recuperar una dimensión histórica del arte como oficio y como sustento de vida.
Pero en el siglo XIX, con el auge de la bohemia y el Romanticismo, surgió otra imagen: la de la artista rebelde que elige la libertad antes que la comodidad. Este cambio no fue casual. Fue una respuesta a un sistema en el que el arte estaba muy ligado al poder: reyes, nobles e instituciones eran quienes decidían qué se pintaba, qué se componía, qué se representaba. Frente a eso, muchos artistas decidieron romper con el encargo tradicional y apostar por su propia mirada, aún a costa de su seguridad económica.
Los impresionistas fueron un ejemplo fuerte de esta postura: rechazaron los salones oficiales, expusieron por cuenta propia, y muchas veces enfrentaron desprecio y miseria. Claude Monet, por ejemplo, llegó a vivir situaciones de extrema precariedad mientras luchaba por sostener su forma de ver y representar el mundo. Y aunque esa elección nos regaló obras maravillosas y nuevas formas de sentir la pintura, también dejó grabado un mensaje en el imaginario colectivo: ser una artista verdadera es ser pobre, es sufrir por el arte.
Desde entonces, ese eco sigue resonando. Todavía hoy podemos sentir esa asociación entre autenticidad y precariedad, como si ganar dinero con el arte fuera una especie de "traición" a la pureza del gesto creativo. Y esa herencia cultural nos pesa, muchas veces, más de lo que creemos.
¿Y en el 2025?
No se puede negar la realidad: vivir exclusivamente del arte es difícil, la precarización de los trabajos culturales es una verdad dolorosa. Muchas de nosotras conocemos artistas que exponen, que publican, que enseñan... y que aun así tienen que hacer malabares para sostenerse.
Yo misma me siento una de ellas. Hace años aprendí a sostener mi vida artística combinando muchos "kiosquitos": proyectos culturales, talleres, asesorías, escritura, gestión de redes... un entramado creativo que me permite seguir eligiendo este camino.
Y sí, el miedo a no llegar a fin de mes siempre está. No desaparece mágicamente por mucho empeño que le pongamos a nuestro trabajo. Aprendemos a convivir con esa tensión, a transformarla en impulso. (ojo, hablo de cómo me siento, sin intención de romantizar nada)
Pero también es cierto que el mundo cambió. Hoy existen formas de construir una vida artística más diversa y flexible. Y aunque cada camino es único, hay algo que me parece importante subrayar: no quiero aceptar la imposibilidad como una regla universal.
Sí, es un desafío enorme.
Sí, requiere mucha creatividad, constancia y, a veces, muchas veces, redefinir lo que entendemos por "éxito".
Pero pienso que puede ser posible.
Pienso que hoy ya no es necesario resignar nuestra voz para sostenernos.
No tenemos que pintar, escribir o crear solamente lo que el poder o el mercado dictan.
En muchos lugares existe una pluralidad real de públicos, de circuitos, de compradoras y compradores que valoran la autenticidad, la mirada propia, la exploración honesta.
Y donde todavía no existen, es nuestra responsabilidad ayudar a construirlos.
Porque si no hay mercado para lo que hacemos, no significa que lo que hacemos no tenga valor.
Significa que todavía hay imaginarios por abrir, sensibilidades por acompañar, deseos por despertar.
Podemos generar un circuito laboral ético que no implique traicionar nuestras filosofías ni amputar nuestras búsquedas.
Crear desde nuestra verdad, sin repetir fórmulas ajenas, también puede ser un camino sostenible.
No se trata de adaptarse dócilmente a la demanda, ni de ignorarla ingenuamente. Se trata de encontrar, con inteligencia, sensibilidad y coraje, el modo de habitar el presente sin perder la raíz de nuestro deseo.




Rompamos con el mito
Algo que me encanta ver en mis cursos y en las propuestas de Plataforma RARA es cómo cada vez más artistas compartimos estrategias, herramientas y alianzas. Nos contamos cómo vendemos obra, cómo conseguimos una beca, cómo armamos un taller propio. Y cada pequeño logro no es solo una alegría personal: es información viva que alimenta el desarrollo de nuestro ecosistema artístico.
Hoy, vivir del arte no significa ser millonaria ni estar en el MoMA. Significa poder dedicar buena parte de nuestros días a crear, a enseñar, a investigar, a compartir nuestra sensibilidad con el mundo... y que eso alcance para sostener nuestra vida. No todas podemos ser Cindy Sherman, como tampoco todo jugador de fútbol puede ser Messi. Y eso no le quita valor a nuestro recorrido.
Al menos para mí, ese es el verdadero triunfo: no abandonar la visión, no renunciar a nuestra manera de estar en el mundo.
Y también, entender que estamos formando parte de algo más grande: la escuela del hacer. Aprendemos en el camino, mientras creamos, mientras nos equivocamos, mientras inventamos nuevas formas de sostener la práctica artística. Cada experiencia, cada ensayo, cada error, se convierte en un conocimiento vivo que podemos compartir con otras.
Mucho de este mundo actual del arte es todavía un territorio desconocido, porque lo estamos construyendo juntas, juntos, desde este presente. Y en esa construcción, nuestra práctica, nuestra constancia, y nuestra generosidad para compartir lo aprendido, son claves.
Si alguna vez sentiste que elegir el arte era un error, que era una condena a la pobreza, quiero decirte esto: no estás sola. La mayoría de las personas que pasan por mis cursos hablan de este tema. Es cierto que hay obstáculos. Pero también es cierto que hay caminos. Que cada obra que vendemos, cada taller que damos, cada feria que armamos, es una forma de existir artísticamente en el mundo, aunque sea lejos de los grandes centros de poder.
Nuestro desafío es ser tan creativas para hacer arte como para inventar nuestras propias formas de sostenerlo. No es fácil, pero es posible. Y, sobre todo, no tenemos que hacerlo solas.
El trabajo desde el asociativismo y las alianzas es fundamental: cuando una de nosotras consigue trabajo, se abre también la posibilidad de generar trabajo para otras y otros. No se trata solo de salvarse individualmente, sino de construir redes que sostengan el ecosistema artístico cultural. De crecer juntas, de tender la mano, de crear espacios donde nuestras prácticas artísticas no solo sobrevivan, sino florezcan.
Rubens pudo tener 20 asistentes y vivir de su arte porque entendió algo clave: que un artista no tiene que hacerlo todo solo, que el arte también se multiplica en comunidad.
Nosotras, las y los artistas, desde nuestros proyectos, talleres, plataformas, colectivos, también generamos trabajo: cuando organizamos una exposición e invitamos a otras artistas; cuando abrimos un taller y contratamos colaboradoras; cuando hacemos circular oportunidades; cuando creamos espacios donde otras también puedan mostrar, enseñar, vender.
El trabajo no siempre está "esperándonos" afuera: muchas veces, somos nosotras quienes lo inventamos, lo hacemos posible, lo expandimos.
Y hay algo que necesitamos decir sin tanta vuelta: todo trabajo debe ser remunerado.
Crear, enseñar, investigar, organizar, comunicar: todo esfuerzo merece ser reconocido y sostenido económicamente. La autogestión no puede ser excusa para el sacrificio eterno ni para el trabajo gratuito disfrazado de "pasión".
También tenemos que ser creativas en la manera de buscar esos recursos.
Así como somos creativas en nuestra práctica artística, podemos serlo para imaginar formas de sostenerla.
Gracias por estar acá, por crear, por creer.
Marina Cisneros
Artes Visuales y Gestión Cultural